domingo, 15 de agosto de 2010

Cueste lo que cueste

Esta historia comienza el pasado 31 de diciembre de 2009. Estaba paseando con unos amigos de Italia y mi hijo y nos encontramos con un montón de gente corriendo. Tuvieron que ser varios miles, creo recordar que el dorsal más alto que vi era el tres mil y pico, ya que tardaron un buen rato en pasar todos. Mi amigo me pregunto:
-¿aquí también corren la San Silvestre?
- Claro – pero la verdad es que no tenía ni idea, de hecho era la primera vez que la veía, en verdad la primera noticia de que se hiciera en mi ciudad.
Pasamos mucho rato viendo pasar gente de toda clase. Estaban los que se notaba que iban a intentar ganar y el resto. En ese amplio grupo del “resto” había de todo, gente disfrazada, con el carrito del crio, con los niños, con el perro, en patines, en silla de ruedas e incluso andando. Los disfraces eran muy variados desde una bailarina (señor con barba embutido en unas mallas y un tutu rosa), monja, cura, gladiadores, spiderman, Marlyn, Groucho, hermanos Daltón, etc.
La cuestión es que aquel espectáculo me pareció tan divertido que me prometí a mi mismo que al año siguiente (2010) iba a participar. La cosa quedó ahí hasta el pasado domingo (8 de agosto), en el que volvió a mi mente el recuerdo de aquel día y la determinación que tomé.
No me voy a echar a tras, pero conozco mi estado físico y sé que requiero más preparación que el maquillaje de Carmen de Mairena. La carrera, en principio, es corta son solo 4,4 Km de recorrido urbano, y viéndolo en plano parecía asequible. Digo “parecía” porque ya he empezado a prepararme y ya no pienso lo mismo. Otra cosa que también ha cambiado es que he retirado de mi repertorio eso de “¿correr?, cuando me persiguen”, si hoy tuviera que huir de alguien, este tardaría unos 10m en alcanzarme o menos, eso sí, suponiendo que mi perseguidor no esté en forma.
El lunes día 9 me fui a comprar unas zapatillas, un cinturón con botellita (que mi mujer dice que no puedo llevar cerveza, supongo que será por el gas, ¿no?) y unas mallas para que no se me roce el interior de los muslos, puede parecer gracioso pero para los que nos roza es una putada. Por la tarde no pude salir a correr porque había quedado para la primera toma de contacto con los bares de alrededor del estadio y después al futbol.
El martes día 10 tampoco pude salir a correr porque por la mañana cuando conseguí tener al crio preparado y llevárselo a los abuelos ya eran las once de la mañana y a esas horas en agosto hace demasiado calor. Por la tarde, cuando ya no pega tan fuerte estaba demasiado cansado ya que el crio no me dejo casi dormir la noche de antes. Pero no todo estuvo perdido, por la noche estuve leyendo en internet sobre qué comer, como empezar a correr, etc.
El miércoles 11 fue el gran día. Me levanté pronto, preparé al crio y se lo lleve a los abuelos. Me preparé y a las 10 AM estaba calentando. Lo tenía todo calculado, incluso me compré un reloj en los chinos para controlar el tiempo, el equipo y la motivación. La rutina iba a ser: 3 minutos andando y 2 corriendo, y así hasta seis veces.
Los tres primeros minutos fueron fáciles, aunque no puedo decir lo mismo de los siguientes dos minutos, que se me hicieron eternos. Durante los primeros 30” no miré el reloj, pero los siguientes 90” lo miraba a cada pocos pasos. En ese momento comprendí que aquello no ib
a a ser tan sencillo, no se la distancia que recorrí en esos dos minutos, pero supe que 4,4Km iba a costarme sangre, sudor y lágrimas.
No desfallecí, caminé los siguientes tres minutos mientras recuperaba el aliento y mientras obsevaba a un señor con bastante sobrepeso unos 100m por delante de mi, y me decía a mí mi
smo “en los próximos dos minutos lo paso y continúo un poco”.
Otra vez a correr, intento llevar una respiración controlada, y respirar por la nariz (dicen que es mejor), pero es imposible o abro la boca o me ahogo. Mientras tanto tengo que intentar que mi paso parezca tranquilo porque pasan muchos coches, la gente mira y no quiero que digan “mira ese no puede con su alma”. A todo esto, los dos minutos se están acabando y no he alcanzado al señor de antes.
No importa, en el
siguiente seguro. Acelero un poco el paso al caminar para intentar recortar algo de distancia. A la vez que camino, cambio la música que iba escuchando (quizás Pereza no era lo más apropiado) y selecciono algo más enérgico, creo que Korn me lo hará más llevadero.
Vuelta a corr
er, la boca ya la tengo seca y me duele, no sé el qué, pero me dolía. Pero alcanzo a ese señor, lo paso y todavía me queda tiempo para ganar terreno. Con la tontería se me han pasado los dos minutos enseguida.
El resto de la rutina se me hace más llevadero, unos traguitos de isotónica, la música y el ver que sigo en pie me dan la fuerza necesaria para que el último de los tramos de 2’ se convierta en 5’ y con muy poco sufrimiento extra.
A las 10:40 m
e voy caminando para casa y allí hago unos estiramientos, momento en el que noto un pequeño dolor en la ingle, pero por los demás bien. Una ducha, un pequeño almuerzo, agua fresca y como dios.
Al levantarme de la siesta noto un dolor agudo en la ingle que no se me va en toda la tarde. Paseando con mi mujer y mi hijo, agarrado al carro y cojeando un poco por el dolor, mientra
s mi mujer intentando no reírse me dice “Si es que ya no tienes edad”. No si edad sí que tengo pero de sobra.
El jueves 12 al levantarme ya no me dolía la ingle, ahora me dolía todo lo demás, tenía agujetas en lugares en los que ignoraba que hubiese músculos. Decido que mejor no voy a correr, sin embargo, me voy a andar una hora, que al menos el cuerpo se mueva.
Desde ese día no he vuelto a salir a correr, pero no me he dado por vencido, el lunes retomaré mi e
ntrenamiento. Este año corro la San Silvestre cueste lo que cueste.

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